ANÉCDOTAS DEL CAMPO. Un viaje y un guiso especial 23/01/2012
Posted by mibervaz in VAGUEDADES.trackback
Allá por el año de 1990, cuando laboraba para el INEA (Instituto Nacional para la Educación de los Adultos) fui comisionado para promover los servicios del instituto en los pueblos de Nueva Cuadrilla y Santa Rosa, enclavados en el municipio de Coahuayutla, Guerrero. Para ello abordé una camioneta “pasajera” (camioneta doble rodada, cuya caja de redilas es adaptada con un toldo y bancas para sombra y asiento de los viajeros) en el pueblo de Las Lagunas del municipio de La Unión, Guerrero y ubicado a orillas de la carretera nacional Zihuatanejo-Lázaro Cárdenas, Michoacán.
Después de iniciado el trayecto en el poblado de Las Lagunas a través de un camino de terracería, pasé entre otros por los ranchitos de El Chubasco, La Culebra, etc., hasta llegar al pueblo de Nueva Cuadrilla, ahí pernocté en casa del comisario. Al día siguiente, a
las siete de la mañana inicié el recorrido a pie hacia Santa Rosa; al salir del pueblo, observé que se aproximaba un señor de complexión delgada, quien vestía pantalón negro, camisa roja de manga larga y sostenía una vara larga que sobrepasaba su estatura, he hizo seña para que le esperará. Lo esperé y preguntó hacia donde me dirigía, a Santa Rosa, contesté; también voy en esa dirección, respondió.
Luego comentó la razón de la posesión de la vara; era para defenderse, pues, según él, había el rumor que en el monte andaba un hombre afectado por la rabia, vecino del pueblo de Colmeneros. Sentí temor, pero
al mismo tiempo tranquilidad con la inesperada compañía, pues tenía la confianza de que sabría manejar la situación en caso de suceder un desafortunado encuentro.
Al poco rato, como a las nueve de la mañana preguntó si traía dinero; desconfié, pero le contesté contar con el necesario para transporte y alimentación. Enseguida repuso, es que ya es hora de almorzar y tengo hambre, no sé si tú también tengas. Si quieres vamos a esa casa, indicándome una casa típica del medio rural, cuyas paredes eran de barro rojo amasado con pedruscos y armazón de varas como estructura, así como techo de tejas rojas elaboradas con barro cocido del mismo color.
Nos acercamos a la casa y saludamos a una señora, al parecer conocida de mi acompañante, por el trato mutuo observado, y quien se encontraba sola. Enseguida, el compañero fortuito le solicitó si nos podía preparar algún alimento para almorzar. He aquí que describo al platillo especial.
Prontamente la señora reavivó el fuego del fogón con unos leños, buscó un molcajete fabricado a base de barro cocido, se acercó a unas plantas de chile “chachalaco” o “piquín” (con estos nombres comunes se le conoce tanto en la costa grande como en la costa chica del estado de Guerrero), cortó unas ramitas de las cuales pendían varios pequeños ejemplares, los cuales son casi redondos, y aproximadamente de medio centímetro de diámetro; algunos eran verdes y otros rojos como los que se muestran en la fotografía.
De la misma manera, de otras plantas tomó unos manojitos de jitomates silvestres “tinguaracos”(es el nombre común con el que se les conoce en la costa grande del estado de Guerrero) o de “pajarito” (su nombre común en la costa chica de la entidad ya mencionada de nuestra república). Las plantas de este tipo de jitomate crecen de manera silvestre en los terrenos baldíos, a orillas de los lechos de ríos o arroyos y en los patios de las casas. Los frutos o jitomatitos son de un centímetro de diámetro, como el que se muestra en la fotografía.
Puso chiles y jitomatitos en el molcajete con dos pizcas de sal de grano y los maceró o machucó con una piedra, propia para el caso y obtuvo una salsa, la cual vertió en una cazuela plana de barro con manteca de puerco que previamente ya se estaba calentando en el fogón. Simultáneamente, mientras se sofreía la salsa, empezó a moler nixtamal en el metate para obtener masa y con ella preparar “memelas” (similares a las tradicionales tortillas, pero más gruesas). Ya preparadas tanto la salsa como las “memelas” buscó unos huevos de gallina de rancho (alimentada con maíz y granos que ella misma encuentra), los cuales partió y puso a freír con manteca de cerdo en otra cazuela de barro.
Nos sirvió los huevos con la salsa guisada en manteca y las “memelas” junto a un vaso con agua fresca y zarca (azul clara), extraída de un venero cercano. Para complementar tal delicia culinaria, hubiese estado perfecto un café de olla, pero sería mucho pedir, ya que era un favor que habíamos solicitado. El guiso tenía una excelente sazón. Preguntamos cuánto debíamos, nos contestó la señora que nada en absoluto, y que tal guiso lo había preparado con mucho gusto para nosotros.
En esta vida, recibimos sin merecer regalos como el que acabo de describir; es por ello que cuando tengamos que dar, recordemos anécdotas así para dar con gusto. Tal platillo no se encuentra en el menú de un restaurante gourmet o de especialidades. Por cierto, el nombre científico de los jitomates «tinguaracos» o de «pajarito» es Solanum lycopersicum L. var. cerasiforme; de los chiles «chachalacos» o «piquín» es Capsicum annuum var. glabriusculum
Por último, si hace veintidós años hubiese tenido la intención de escribir el presente artículo, habría cuidado escribir los nombres de mi acompañante, de la divina mujer que nos preparó un sencillo, pero delicioso manjar y de las personas que intervinieron; desafortunadamente no lo hice por las prisas, los asuntos a tratar y a que soy un poco olvidadizo. Sin embargo esas personas se encuentran con significativo afecto y gratitud en mi vago recuerdo.
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